21/8/11

Imperfectamente perfecto.

Creo que a todos nos suena familiar eso de querer limar todas nuestras imperfecciones y convertirnos en un ser tan perfecto como irreal. La sociedad nos presiona para convertirnos en seres angelicales, debemos hacerlo todo bien o jamás seremos triunfadores y personas de éxito, lo cual pareciera ser lo más importante que existe. Y aunque avancemos en nuestra lucha por conseguirlo, siempre ansiamos más y eso puede resultar frustrante: nunca llegaremos a ser como nuestro yo ideal y nuestra autoestima lo nota y se queja.

Es curioso pararse a examinar de dónde nos viene esa fiebre perfeccionista que nos impulsa a querer ser los más guapos, los más inteligentes, los más profesionales y los más simpáticos del lugar. Hace ya unos cuantos años un señor llamado Platón nos dijo a través del Mito de la Caverna que debemos salir de la oscuridad para elevarnos hacia la luz. Ese perfeccionamiento que se persigue lleva consigo también el concepto de progreso (de la oscuridad a la luz, de lo imperfecto a lo perfecto), otra noción que estuvo muy arraigada en el Siglo de las Luces. De esta manera, nos encontramos en el pensamiento platónico una dualidad entre la perfección y la no-perfección, lo feo y lo bello, lo bueno y lo malo. Para evolucionar debemos dejar atrás lo negativo (enfermedad, pobreza, fealdad) y alcanzar lo mejor (salud, riqueza, belleza) sin medias tintas.

Sin embargo, esta concepción cambia cuando nos referimos al pensamiento oriental. Luz y oscuridad son dos partes de una misma realidad que están en contaste fusión, por lo que no debemos olvidar la presencia de los claroscuros. Según el taoísmo existen dos fuerzas: el ying y el yang y nada es completamente ying o yang. Es imposible alcanzar la perfección absoluta, de manera que el Tao es simplemente el camino y nunca la meta. Todo se encuentra en equilibrio y nosotros debemos fluir intentando integrar todos los elementos de la realidad, sin dualismos que separen entre lo bueno y lo malo.

Sinceramente, a mí esta última filosofía me parece un alivio a la carga que soportamos día a día y es que, como decía Heráclito de Éfeso en una época anterior a Platón: “la enfermedad hace agradable la salud; el hambre la saciedad; la fatiga el reposo”. Dejemos de etiquetar todo en “bueno” o “malo” y fijémonos en la unidad, seguro que nos será más fácil amar aquellos detalles de la vida que son imperfectamente perfectos.

 

yingg

10/8/11

La misma historia

No importa cuándo ocurrió, dónde ni con quién porque tenía la impresión de que siempre era lo mismo. Todo empezaba con algún cruce de miradas, juegos o indirectas bien directas como un: “no te atreves”, “te morderé las pestañas” o una mano distraída en mi rodilla. Pequeñas cosas que despertaban mi interés y me hacían sentir privilegiada.

Recuerdo a aquel primer chiquillo tosco pero confiado, al primer intento de explorar las relaciones con el que nos creíamos demasiado maduros o al joven poeta de tragicomedias que por poco me arranca el corazón.

En aquel instante en el que nuestros labios se acercaban para rozarse por primera vez sentía siempre una gran emoción, un “no me lo creo, ¡por fin!” rondaba mi cabeza. Y una vez superada esta fase le seguía una incertidumbre acerca de lo que nos depararía el futuro, echaba cálculos de cuánto podría aguantar con cada uno, eso sí, todo cálculo fue errado.

También recuerdo el nerviosismo que sentía siempre al hablar con esa persona y más si diferíamos en algo que pusiese en peligro nuestro vínculo. Era un sentimiento de posesión, de estar alerta sobre todo lo que hiciera o dijese, incluso lo que callara. Creía que sin él me iba a ser muy difícil continuar porque con cada uno había descubierto algo nuevo.

Sin embargo, con unos me sorprendió la rápida evaporación de la pasión, otras relaciones fueron penosas, algunas no superaron el día a día y otras… Otras eran una de cal y otra de arena.

Lo que sí tienen en común todos ellos es que con el paso del tiempo los recuerdo con una absurda indiferencia. Tengo la idea y el recuerdo sobre lo que tuvo de especial cada uno, pero no soy capaz de revivir el sentimiento que en su etapa fue bonito. Esto puede estar bien por el hecho de que no sería muy aconsejable estar hipervigilante con todos ellos cuando todo ha pasado hace tiempo, pero da una sensación de vacío, de que en realidad todo ha sido igual: incertidumbre, pasión, atención y por último indiferencia.

Me pregunto si algún día podré vivir un esquema diferente… O al menos no mostrarme indiferente.