24/12/12

Metamorfosis del escritor.

Hay veces en las que por mi cabeza pasan pensamientos tan brillantes como fugaces. Destellos de lucidez que cuando intento capturar se escapan como burbujas en el aire. Solo existen puros en ese preciso instante en el que ocurren, y luego se van… Me dejan a solas con las ganas de desentrañar sus misterios y seguir sintiendo esa sensación de cordura y comprensión del mundo que reportan. Por eso escribo, porque no tolero bien dejar escapar cosas así de reconfortantes.

Sin embargo mi mente es más veloz que mis manos pulsando teclas o dibujando sobre el papel y nunca llego a dar un reflejo lo suficientemente fiel de mi pequeño mundo interior. En ese viaje de la mente al papel se pierden muchos matices importantes, como quien de un vaso lleno a rebosar intenta traspasar el contenido a otro recipiente mucho más reducido; en este caso reducido por el lenguaje. Y es que el lenguaje no siempre permite abarcar otras dimensiones más escurridizas como son las emociones y pensamientos implícitos asociados, lo que hace que siempre haya algo inédito que queda recluido en nuestra mente. [Detalle que considero importante en el ejercicio de la Psicología]

Pero no solo me encuentro con la limitación de extrapolar de manera fidedigna los contenidos ideales al lenguaje oral o escrito, sino que cuando lo intento se transforman profundamente, me llevan por caminos totalmente distintos e insospechados, pero no por ello menos válidos.


Se transforman porque se elaboran, cambian su estructura y contenido dando paso a nuevas preguntas por resolver, de manera que bien podría ser un proceso eterno.
arbolito

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