Tal y como solía hacer, empezaré esta entrada con varias preguntas que me planteo: ¿por qué a nadie parece importarle los problemas de terceras personas aun cuando ellos son parte o incluso causa de los mismos? ¿por qué esa frialdad y total ausencia de compasión? ¿son malas personas?
Para mí es claro que la palabra que da respuesta a estas preguntas es “egoísmo”. Ante la disyuntiva de obtener el propio beneficio o el beneficio ajeno la elección en nuestra sociedad siempre es clara y esto crea un círculo vicioso: sabemos que los demás no mirarán por nosotros, por lo que no vamos a mirar por ellos. Impera así la desconfianza y la falta de empatía que se retroalimenta continuamente.
Pero existen ciertas áreas en las que parece que el egoísmo no está presente. Se trata, por ejemplo, de cuando intentas darlo todo por esa persona tan especial. En esos momentos puedes ceder parte de tu bienestar a la otra persona sin importarte nada, haciéndolo de corazón y lo sorprendente es que podrías estar haciéndolo toda tu vida con el mismo entusiasmo y las mismas ganas que al principio ¿por qué algo tan altruista? Porque es algo mutuo, una simbiosis perfecta, y confías en que la otra persona también te corresponderá de la misma manera cuando lo necesites. Entonces, ¿no es también egoísmo? Es muy probable, pero lo que sé es que es el egoísmo más bonito que he conocido nunca y quiero seguir viviéndolo por siempre a tu lado.
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