Carta anónima

El otro día recibí una carta anónima en mi buzón. Hablaba de amistad, concretamente de amistades que pasaron a la historia. Decía que ciertos seres humanos le habían defraudado y yo con mi psicología de andar por casa pude intuir cierto tono nostálgico, lo cual no me extrañó debido a que no es algo que se desborde de la variable normal. Es más, yo también estoy dentro de la media. Sin embargo, caigo en la cuenta de que ese sujeto anónimo que quiso hacerme llegar su exasperada carta de protesta contra la vida misma quizás sintiera a su vez una pequeña decepción interna. Digo esto porque las personas nos sentimos así cuando no logramos sacar a flote algo en lo que nos hemos apoyado para superar bachecillos y en lo que hemos confiado de manera ingenua que no nos iba a faltar. Nos lo tomamos como un fracaso personal y es ese el origen del mayor dolor. Nosotros, en vez de los demás.