Lo desconocido

Pese a que era joven, ella sentía cómo el tiempo corría en su contra: el avance imparable del reloj le recordaba que tenía que ponerse en acción de inmediato, pero anhelaba escoger el mejor camino posible sin precipitarse al vacío. Quizás esa rara sensación no fuera más que curiosidad por conocer aquellas cosas que hacen de la vida algo mejor y que, hasta ahora, le habían negado su compañía.

Como todos los días, cerró los ojos y soñó despierta. En ese momento del día renovaba sus ilusiones, todos y cada uno de sus sueños estaban basados en los hechos reales de su vida y pasaban a convertirse inmediatamente en metas por las que luchar. Ese era el mecanismo de autodefensa que había tenido que ir aprendiendo de su propia experiencia para nunca dejar de tener algo por lo que sonreír y que, más o menos, le había ido funcionando.

Pero, de un tiempo a esta parte, tenía una idea en su cabeza que no lograba entender con claridad. Era como si le hubiese estado acompañando toda la vida pero nunca se hubiera parado a mirarla a los ojos para conocerla. Sabía que era una parte esencial y, sin embargo, la evitaba para no depender de ella. Tenía miedo a lo desconocido, a que aquella idea encriptada desplazara lo que tanto esfuerzo le había costado conseguir. Sólo era incertidumbre ante lo extraño. Sólo era eso. Sólo.

¿Y cómo podría entonces calmar esos temores a simple vista infundados? Se sorprendió de no haber encontrado antes la respuesta, pues la solución no era otra que enfrentarse a ello. Sólo tenía que extender los brazos para poder atraparlo y así extrapolarlo de lo subjetivo a lo objetivo, de lo imaginario a lo real.